domingo, 4 de diciembre de 2011

Cúmulo de fatales circunstancias.

Las lágrimas inundan el azul de mis ojos. Lágrimas absurdas, estúpidas y poco habituales, a decir verdad, desconocidas, ya que aconstumbran a no dejarse ver. Tal vez el miedo, o por el contrario, la valentía hacen que estas se refugien en una almohada algo cansada de las noches en vela que escribimos. Puede que también ayude esa frialdad de sentimientos acompañada por la mejor de la impotencia que existe, o simplemente, toca liberar tensiones. Para no variar, se trata de algo no resuelto, eso que un día dejamos en el aire, a pesar de que sonaba bien, y que parecía por fin, habernos convencido, pero esta vez, tampoco se trataba de eso, si no de las pequeñas partículas de emociones que removias con tu sonrisa, o de los temblores que producían tus manos traviesas sobre mi piel. Los recuerdos bombardean mi cabeza de forma instantánea mientras que esos recuerdos congelados (o eso creía) vuelven a la carga tras una noche más. Solo queda despedirse e intentar olvidar que nunca volverán las promesas que tan creíbles parecían al susurro, de los mejores labios probados.

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